Por Alejandra Piña.
A propósito del estreno en cines seleccionados del segundo documental de Bruno Santamaría,“Cosas que no hacemos”, el también cinefotógrafo compartió detalles de la realización junto a su protagonista Dayanara Cisneros y a la productora Abril López, en Conferencia de Prensa moderada por Gabriela Warkentin, el pasado 22 de junio.
La niñez en El Roblito. Un pueblo entre los límites de los estados de Nayarit y Sinaloa en México dedicado a la pesca y donde lxs adultxs pasan el día trabajando para llevar el sustento a casa, mientras que sus niñas y niños estudian y juegan en las calles cuando están libres de enfrentamientos y balaceras.
Sentir a flor de piel los aires de liberación y lo que conlleva tomar decisiones por nuestra identidad.
Tres años de un ir y venir de rodaje, el cineasta egresado del Centro de Capacitación Cinematográfica, Bruno Santamaría (Margarita, 2016) conoció a Dayanara Cisneros, una adolescente trans soñando con reconocerse a sí misma, ante su familia y de frente a la sociedad patriarcal.
Santamaría y su equipo conformado por la productora Abril López, la montajista Andrea Rabasa y la sonidista Zita Erffa, conformaron entonces esta pequeña comunidad que acompaña a Dayanara a enfrentar los claroscuros de crecer, pero sobre todo a sentir a flor de piel los aires de liberación y lo que conlleva tomar decisiones por nuestra identidad.
Donde las infancias crean vínculos
La motivación de hacer una película lejos de casa se convirtió en una forma de reconocerse a sí mismx. Por eso es que Bruno Santamaría emprende un viaje fuera de su ciudad natal, hasta llegar a la Costa Chica y atravesar en lancha los manglares donde se encuentra con un niñx que le cuenta que cada Navidad, Santa Claus sobrevuela los cielos de las comunidad aledañas para lanzar momentos de felicidad, dulces e ilusiones.
Esto despertó un interés en Santamaría, quien se convertiría en parte de El Roblito, donde pudo capturar la inocencia a través de la mirada de las infancias. “Ahí había una contradicción con la inocencia y las historias, eso me sedujo y quise quedarme en el espacio, así fue que ofrecimos clases de video y empezamos a trabajar con la comunidad”, comenta, luego de compartir cómo fue que los vínculos comenzaron a crearse.
El acompañamiento se volvió la clave entre el director y Dayanara para hacer las cosas que tanto deseaban.
La primera impresión es que en El Roblito hay muchas niñas y muchos niños, ya que sus madres y padres trabajan casi todo el día. Las calles se llenan de vida y juegos pero pronto estos niños tienen que convertirse en adultos. Pero alguien se resiste: Dayanara.
En aquel entonces tenía 16 años y era aceptada por su familia como una persona homosexual. Sin embargo desde los 13 años soñaba con identificarse como mujer frente a los ojos de los demás aunque le era imposible debido a los prejuicios y discriminación que se viven en sociedades aisladas y particularmente en un país transfóbico México.
Pero los vínculos entre Santamaría y ella logran fortalecerse. Se comparten no solo por la condición de seres humanxs, sino por procesos comunes que experimentaban como personas de las disidencias sexuales y en los que el acompañamiento se volvió la clave para hacer las cosas que tanto deseaban.
De procesos y representación
“Mi proceso de transición lo viví de una manera que no creí que fuera pasar así: salir y decirle a mis papás que quería ser mujer. Estar detrás de una cámara me dio la valentía de hacer lo que durante años soñé. Ha sido un proceso padre hasta el momento porque me digo: si pude contra eso, puedo contra otras cosas más”, comenta Dayanara sobre cómo fue reconocerse así misma y aceptarse.
Planear, cuestionarse, tratar de hacerlo, atemorizarse, detenerse y volver a replanterse… ¿Cuántos verbos no estarán conjugados en primera persona cuando se trata de decir quiénes somos realmente? ¿Quién ser y cómo ser frente a una sociedad homofóbica y transfóbica? ¿Cómo sentirse ante las miradas y palabras de lxs demás? Una n cantidad de preguntas surgen y encontrar la respuesta conlleva una gran responsabilidad.
Estar detrás de una cámara me dio la valentía de hacer lo que durante años soñé.
Dayanara Cisneros
Pero no solo una cámara siguiendo los pasos de Dayanara fue lo que da pie para hacer las cosas que no se atrevía a hacer, ni decir las palabras que guardaba desde hace tiempo. El acto de Dayanara se convirtió también en un referente de representación para el mismo Bruno Santamaría, quien tuvo que enfrentar una situación que también lo perseguía y, a manera de lograrlo, hizo de este documental un espejo de su propio proceso de aceptación hasta convertirlo en una historia de resiliencia, de amor propio y de sanación.
Aunado a esto, Abril López comparte que una de las grandes cualidades de Santamaría como cineasta es la fortaleza y la sensibilidad con la que se acerca a las personas. Pero esta misma sensibilidad puede ser también vulnerabilidad y que logramos sentir en aquellos momentos del documental, donde su propia seguridad física se ve expuesta.
¿Cuántos verbos no estarán conjugados en primera persona cuando se trata de decir quiénes somos realmente?
Andrea Rabasa, montajista del documental, le puso sobre la mesa preguntas sobre su intencionalidad con la narrativa del documental: “¿Qué es lo que tú necesitas gritar? ¿Qué es lo que a ti te está pasando que no has hecho y que estás abordando en los temas de la película?“
“Poco a poco fue empujando a la urgencia de lo que estaban viviendo Dayanara y lxs demás niñxs, pero de alguna manera no tenía la fuerza, ni por cómo se filmó, ni por cómo se sentía. Estábamos sentados ahí compartiendo un secreto y eso fue lo que de alguna manera hizo que apareciera el foco. Un trabajo de mucha colaboración del equipo, de tratar de tomar decisiones más claras, ya no solo de lo que habíamos visto en el pueblo en cuanto a sus complicaciones y contradicciones, sino también las que hay dentro de uno”, comenta Bruno Santamaría.
Cosas que no hacemos y que nos harían libres
Cosas que no hacemos es un reflejo sobre mudar la piel interior, un proceso de valentía y de deconstrucción
Después de vivir el proceso de encontrar la narrativa, voz y montaje de la película, el equipo vivió un momento de liberación como algo que pudieron interiorizar para tomar decisiones alrededor de la libertad sexogenérica frente a un mundo que tiende a poner barreras. Y esto lo podemos ver en pantalla: donde cada momento de incertidumbre se transforma en un mensaje sensiblemente poderoso que nos reta a cuestionar nuestras acciones: ¿son realmente las cosas que hacemos las que queremos y las que nos representan?
En el título de la película está la esencia sobre los momentos clave de crecimiento de las infancias, sobre el reconocimiento de cómo nos identificamos, sobre el recuerdo que revive de las cosas que no hicimos y que no hacemos desde entonces, sobre la memoria que queda guardada en cada una de nuestros anhelos que nos forjan a ser quienes hoy somos.
Cosas que no hacemos es un reflejo sobre mudar la piel interior, un proceso de valentía y de cercanía, de deconstrucción como un ejercicio que se expande hacia la empatía y el respeto humano. Bruno Santamaría logra expresarlo en un ambiente donde la liberación se expande con el oleaje del mar, con el aire puro, con el movimiento de las palmeras, con el calor de la costa y la inocencia de las infancias en coreografías.
En el título de la película está la esencia sobre la memoria que queda guardada en cada una de nuestros anhelos que nos forjan a ser quienes hoy somos.
Pero si de liberación se trata, también será importante conversar de lo que representa el documental en un país como México, donde ya son más las oportunidades de contar y encontrar nuestras propias historias en el cine. Donde a partir de una narrativa exigiendo la descentralización, puedan surgir más ejemplos de representación que nos ayuden a encontrar a nuestros acompañantes en viajes hacia la libertad que se hacen más ligeros.
Cosas que no hacemos ya está disponible en salas de cines seleccionadas. Consulta la cartelera de tu ciudad.