Por: Patricia Ríos
¿Qué reflejan los table dance sobre la noción y el papel de la mujer en la sociedad? En Memorias del table dance de Silvana Lázaro y Diana Mata se analiza la relación entre opresión económica y de género dentro de estos micromundos.
“Hay muchas cosas que si suceden en el table la gente se espanta, pero suceden en la vida real también”, relata una de las personajes de Memorias del table dance, cortometraje documental nominado al Ariel 2017, dirigido por Silvana Lázaro y producido por Diana Mata durante sus estudios académicos en la ENAC. Esta no es la única ocasión en la que Silvana y Diana han colaborado, juntas fundaron el colectivo audiovisual Elipse Films y actualmente se encuentran promoviendo su último proyecto Canción de invierno, largometraje estrenado en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara, en el que continúan con la tradición del cortometraje de reflexionar sobre género y sexualidad.
El trabajo presenta a tres mujeres: Perla, 29 años, actriz de la ENAT; Tianesca, 43 años, abogada de la UNAM; y Violeta, 31 años, productora de teatro, cine y televisión. Lo que las une es que en algún momento de su vida las tres fueron bailarinas de table dance. Sus caras nunca son reveladas, en cambio, encontramos un poquito de sus testimonios en las personas retratadas: manos de uñas rojas agarradas de tubos del metro, trabajadoras sentadas como en línea de producción de fábrica, vendedoras esperando clientes y, por otra parte, hombres fumando, hablando por celular, intercalados con coloridos espacios donde alguna vez las personajes trabajaron.
Las dinámicas de los micromundos no surgen por generación espontánea, sino que son concentraciones nítidas de lo que se vive en sociedad ¿Qué reflejan, entonces, los table dance sobre la noción y el papel de la mujer? Lo primero que confirman de forma inequívocamente cruda es que la división binaria del sexo-género (construcción socio-cultural herencia del colonialismo) ha asentado relaciones de poder a través no sólo de determinar la categoría “mujer”, sino también de condenarla automáticamente a ciertas condiciones de subalternidad de tal manera que su existencia económica, política, social, moral, inclusive conceptual, es derivada a la categoría “hombre”, lo cual, atravesado por otros aspectos estructurales, como por ejemplo la falta de apoyo a las artes o la brecha salarial según el sexo, aumenta la precariedad de su vida y libertad.
Las dinámicas de los micromundos no surgen por generación espontánea, sino que son concentraciones nítidas de lo que se vive en sociedad
Esta binariedad impuesta brinda un estatus de privilegio general al hombre, que crea y se mantiene gracias a un distanciamiento no sólo en sentido epistemológico y de empatía en cuanto a que se proclama como Norma con el derecho a definir, suprimir y renegar expresiones sexo-genéricas que no se ajustan a su eje, sino también en sentido laboral. La disparidad de género, por lo tanto, no es exclusiva del trabajo relacionado a la sexualidad, en cualquier puesto laboral se puede sufrir y notar estas brechas, lo que hace a los tables tan notables es que aquí dicha disparidad es evidente no sólo en cuanto a sistemas de género, sino también económicos: “Es una compra y venta de fantasías”, menciona una personaje.
Las entrevistadas reconocen la relación que se da en los tables entre hombres, deseo y capital. Es así que reflexionan sobre la tristeza que les genera preguntarse qué carencias socio-emocionales tendrán sus clientes para generar esa necesidad de acercarse a mujeres que no les puedan decir que no, que cumplan con el ideal de complacencia y sumisión; reflexionan igualmente sobre la masculinidad violenta que viene con conocer su posición de poder (tanto como hombre como portador de dinero) y la libertad que sienten para abusar de él en forma sexual.
En el cortometraje también se hace evidente el fenómeno de la cosificación de la mujer a través de metáforas visuales de maniquíes en vitrinas vistiendo lencería o jeans ajustados, acompañados por críticas en voz en off a este modelo muchas veces interiorizado: “A muchas mujeres las oigo hablar como si fueran teiboleras”, menciona una entrevistada al hablar del interés femenino en hombres que provean coche, ropa, tarjetas de crédito, etc., mientras que a las mujeres independientes se les continúa juzgando por vivir solas, ser solteras, y, añadiría, trabajar en un table dance para tener autonomía financiera.
En el cortometraje también se hace evidente el fenómeno de la cosificación de la mujer a través de metáforas visuales de maniquíes en vitrinas vistiendo lencería o jeans ajustados
Lo que los testimonios de las entrevistadas me dan a conocer sobre la noción de los sexos y la relación de poder entre ambos, es que estas dinámicas son re/producidas fuera de los tables gracias a diversos refuerzos, desde la publicidad hasta las relaciones sexo-afectivas, creando una normalización, interiorización y automatización que las vuelve invisibles, lo cual me remite a la popularizada frase de Rosa Luxemburgo: “Quien no se mueve, no siente las cadenas”.
Las cadenas de mi vida que he tratado de desmantelar comienzan por el eslabón del binario monolítico colonial “hombre-mujer” y la vida que imponen. Creo que al cuestionar o criticar las desigualdades que mantienen se pueden proponer nuevas formas de ser y vivir nuestra identidad, cuerpo y sexualidad, pero también nuestro potencial como seres racionales, emocionales y creativos, por lo que que la lucha por la igualdad de género no está separada de otras resistencias, particularmente aquéllas que contribuyen a la igualdad económica.
Finalmente, creo que es gracias a la herencia intergeneracional de acciones y pensamientos que podemos hablar más elocuentemente sobre justicia, porque los cambios históricos, así como las relaciones de poder en los table dance, no nacen por generación espontánea, sino que están cotidianamente inscritos en la sociedad, por lo que entre chispa y chispa el fuego se prende, y hoy, la hoguera está ardiendo.
¡Para ver el cortometraje de manera gratuita haz click aquí!
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Imágenes: Cortesía de Silvana Lázaro y Diana Mata
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