“La llama doble” de Julián Hernández

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Por: Patricia Ríos

Si supieras qué camino tan largo he tenido que recorrer para estar junto a ti -“Mil nubes de paz cercan el cielo, amor, jamás acabarás de ser amor”

La vida contemporánea, tapizada en cemento, individualizada en su masificación, mantiene la separación del ser humano y su mundo. Para el psicólogo alemán y alto representante de la Escuela de Frankfurt, Erich Fromm, en la “separatidad” se encuentra el germen del problema universal del ser humano: la desunión entre lo interior y lo exterior. El aislamiento y la soledad consecuentes se pueden curar a través de la religión, el sexo, el trabajo, pero todo ello será inútil si no apelamos a otra universalidad humana: el amor, en el que nos hacemos uno. Tomando como referencia el fatídico relato bíblico sobre Eva y Adán, Fromm menciona que “Siguen siendo desconocidos el uno para el otro, porque aún no han aprendido a amarse” [1], sólo se podrán reintegrar a su Paraíso reconociendo aquello que los hace semejantes, sin importar la vergüenza del sexo desnudo o la culpa por la desgracia.

Según Fromm existen posibles fuentes de unión, una de ellas es la actividad creadora. Julián Hernández, director mexicano egresado del CUEC de la UNAM y dos veces galardonado con el Premio Teddy de la Berlinale, toma esta vertiente para narrar historias que no sólo logran la visibilidad de las diversas expresiones del amor en la pantalla grande, sino también su normalización en la vida fuera de ella. A través de rincones de la Ciudad de México, desde los jardines de Las Islas de Ciudad Universitaria, hasta los bares del Centro Histórico, los personajes de sus historias desean sostener el amor a pesar de los conflictos para llegar al momento de la felicidad sin tormentos.

El pasado mes de noviembre, durante el último ciclo de Conversando con Nuestros Cineastas de la Cineteca Nacional, Julián Hernández presentó sus largometrajes Mil nubes de paz cercan el cielo, amor jamás acabarás de ser amor (2003), El Cielo dividido (2006), Yo Soy la Felicidad de este Mundo (2014) y dos programas de cortometrajes conformados por:  Por encima del abismo de la desesperación (1996), Vivir (2003), Bramadero (2007), Atmósfera (2009), Nubes flotantes (2013), Muchacho en la barra se masturba con rabia y osadía (2014), Signos de vida y rebeldía (2016), Muchachos en la azotea (2016) y Causas corrientes de un cuadro clínico (2016). Las funciones estuvieron acompañadas por un conversatorio en el que, junto con el realizador Juan Antonio de la Riva, el público de la Cineteca Nacional tuvo la oportunidad de compartir sus impresiones.  

I. Mil Nubes, Rencor Tatuado

El cielo siempre se acuerda de los hombres capaces de sentir amor -“Rabioso Sol, Rabioso Cielo” 

En 2003 Hernández regresaba del Festival Internacional de Cine de Berlín donde había sido galardonado con el premio Teddy gracias a Mil Nubes de Paz Cercan el Cielo, Amor Jamás Acabarás de Ser Amor, trabajo que también le valió tres nominaciones a los premios Ariel (Dirección, Guion Original y Ópera Prima). Esta película, cuyo título fue extraído de un poema de Pier Paolo Passolini, nos sumerge en un mundo de granulado blanco y negro, protagonizado por personajes que deambulan una ciudad-laberinto en búsqueda del amor.

Después de esto comenzó los preparativos para Cielo Dividido, su segundo largometraje, el cual recibió la ayuda de la Fundación Rockefeller en Argentina para su planeación. Esta producción corrió a cargo de su incondicional colega, el también realizador, guionista y académico, Roberto Fiesco. La película, filmada en 35mm y con un equipo debutante, se conformó con cuarenta páginas de guion, casi sin diálogos y donde cumbias, boleros y orquestales clásicos narrarían los sentimientos más allá de las palabras. “Nos aventamos a la aventura”, admite el director, quien debió trabajar en condiciones restringidas, con escasez de recursos y con la intención de cambiar el estilo de sus creaciones anteriores.

Desde entonces Hernández ha seguido experimentando con cortometrajes acerca de las diferentes facetas del amor: en Nubes Flotantes nos sumergimos en la danza de dos cuerpos que viven entre el amor y el bullying; en Bramadero la música mexicana acompaña encuentros eróticos; en Atmósfera dos amantes buscan cualquier oportunidad para estar juntos; en Vivir hace uso de la influencia de la palabra poética. Todos estos son elementos recurrentes que han formado el estilo de Hernández, expandiéndose y concretándose hasta llegar a la película que él mismo califica como la “culminación del amor”, el largometraje Rabioso Sol, Rabioso Cielo (2009), por el cual ganó por segunda vez el premio Teddy.

Los personajes de sus historias desean sostener el amor a pesar de los conflictos para llegar al momento de la felicidad sin tormentos

Retomando un libro de la historiadora Julia Tuñón, Hernández reconoce como influencia para esta película la batalla entre fuerzas naturales que hay en el cine de Emilio ‘El Indio’ Fernández. Al planearle la película a Fiesco –un cortometraje de veinte minutos en el que la tierra, el aire, el Sol, se unieran para darle un nuevo sentido a la humanidad-, éste le insistió en la mutación a un largometraje, lo cual logró añadiendo un guion de setenta páginas sobre el mundo contemporáneo.

Regresando a México después de su segundo triunfo en Berlín, comenzó con la filmación del cortometraje Atmósfera, época en la que también ideó su próximo proyecto el cual, así como Bramadero, se basaría en el cuerpo más que en las palabras, y la expresión a través de la intimidad y las relaciones. Nuevamente gracias al consejo de Fiesco, el potencial cortometraje se convirtió en Yo Soy la Felicidad de Este Mundo, un tríptico integrado por la idea original Alarido, así como por Esplendor y Dos Entre Muchos.

En esta película, así como en el cortometraje Causas Corrientes de un Cuadro Clínico (2016), hay más lenguaje verbal que en sus trabajos pasados, debido a que se encontraba en una transición hacia su siguiente meta: una película contenida en el diálogo, empresa que pudo culminar con su más reciente trabajo Rencor Tatuado (2018), el cual se encuentra recorriendo festivales de cine mexicanos, de oeste a este.

II. Del amor a la preocupación social

El trabajo es llegarle al público -Gloria Contreras

Una arista muy cercana al amor es la sexualidad. El director relata que durante los noventa, época de sus primeros trabajos como el cortometraje Por encima del abismo de la desesperación, deseaba poner en la pantalla lo que lo espectadores no veían, pero en lo que se podrían reconocer. Contrastando con la tradición de las películas mexicanas y su imagen de las mujeres como “pecadoras” y “arrabaleras”, Hernández buscaba eliminar prejuicios que las condenaban al castigo o la maldad por estar conectadas con su sexualidad, a la cual, parafraseando a Octavio Paz, describe como la “llama doble”: lo más básico y lo más sublime del ser humano.

Hernández afirma que su cine se aleja del morbo gracias al diseño meticuloso de lo que desea que suceda en la imagen aunque aun así haya un componente de visibilidad de la sexualidad en general. Para el director, en las escenas eróticas no se puede mentir puesto que son la oportunidad de ser lo más vulnerables posible en la carne, su caricia y limpidez. Son esos momentos de claridad cuando los poros de la piel son los que hablan, donde cualquier declaración sale sobrando.

Luego, a partir de los 2000’s con la nueva ola social de preocupación por la diversidad sexual, Julián Hernández logró convertirse en el principal y esencial referente del cine contemporáneo mexicano LGBTQ*. En cortometrajes como Muchacho en la barra se masturba con rabia y osadía, Muchachos en la azotea y Bramadero, nos presenta de manera erótica o incluso con tintes cómicos, personajes con una sexualidad al descubierto que ya no se ven acorralados a la vergüenza o a lo clandestino.

El director explica que el objetivo de presentarlos con esta perspectiva en particular, es darles un “tratamiento sin conmiseración”, en el cual ellos pudieran asumirse tal como son sin necesidad de esconderse, trascendiendo temas como la “salida del clóset” y situándonos en el ideal de una sociedad lista para el respeto a la diversidad, esto porque la inquietud del director son las relaciones amorosas en todas sus expresiones, ya sea entre personas de diferentes edades o del mismo sexo.

Es por ello que disfruta trabajar con personajes que ya han tomado las riendas de su identidad, tales como Cristhian, a quien le gusta dedicarse al sexoservicio, o Jonás y Gerardo, protagonistas de Cielo Dividido, que deambulan por la Ciudad libremente: “Son personajes que no tienen problemas con su homosexualidad, sino con su conexión amorosa como ser humano y la gente alrededor que no lo comprende”.

En las escenas eróticas no se puede mentir puesto que son la oportunidad de ser lo más vulnerables posible en la carne, su caricia y limpidez

III. El Oficio de Realizador 

La cámara es el manifiesto de tu visión del mundo – Julián Hernández

En perspectiva, el trabajo de Hernández deja un sabor de boca intenso, de esos que dan ganas de salir a la vida para admirarla con una mirada asombrosa. Son retratos de artistas adolescentes que caminan por calles asfaltadas de distanciamiento y vacío mundano. Personajes que viven un romance íntimo en una orgía lenta, y de repente se miran a los ojos para decirse “eres quien siempre he esperado”.

Para hacer estas historias posibles, Hernández ha formado un equipo de trabajo con el que colabora recurrentemente, por ejemplo, Alejandro Cantú, director de fotografía, Arturo Villela, compositor, y Roberto Fiesco, con quien ha mantenido un vínculo laboral simbiótico desde la escuela (mientras Fiesco ha producido películas de Hernández, el último trabaja como su editor): “Lo fundamental es el equipo de trabajo, hay varios [colegas] que llevo 25 años de conocer”, menciona el director.

A pesar de que los procesos de realización son largos, desde el financiamiento hasta la post-producción, Hernández siempre ansía hacer cada vez más películas, por lo que se empeña en encontrar la mayor cantidad de vertientes posibles para encontrar apoyo, lo cual logra con su propia productora de cine (fundada con Fiesco), Mil Nubes, la cual acuña el título de su exitosa ópera prima.

Intrépido y en constante innovación, el trabajo de Hernández deja ver a un apasionado del cine de todas procedencias y estilos. Frente a la curiosidad de su público respecto a sus influencias cinematográficas, Hernández reconoce a poderosos cineastas nacionales e internacionales tales como Rainer Werner Fassbinder, (Alemania en Otoño, 1978), Juan Guerrero (Amelia, 1964), John Schlesinger (Vaquero de Medianoche, 1969), Juan Manuel Torres (La Otra Virginidad, 1975), Jaime Humberto Hermosillo (De Noche Vienes, Esmeralda, 1997), John Casavettes (A Woman Under the Influence, 1974), y particularmente todo el “cine popular” que describe Jorge Ayala Blanco, sin embargo, el cineasta admite que sigue descubriendo y redescubriendo cineastas que influyen en su trabajo.

III. El método de la interpretación

[Julián Hernández] es mejor bailarín en el set de lo que muchos son en la pista -Juan Antonio de la Riva

El método de Hernández es un balance entre planeación y azar: “Era muy riguroso, pero ahora dejo que ocurran las cosas”, menciona antes de retomar la expresión de Orson Welles sobre el director siendo un coordinador de accidentes.

Aunque está abierto a lo inesperado, su trabajo es coreografiado trazo por trazo, ya que confía en que lo fundamental en el cine es la relación entre el personaje y la cámara. Debido a que la construcción de sus personajes tiene base en acciones físicas y desplazos, Hernández ha encontrado una relación natural con la danza, siendo ésta un arte basado en el orden, disciplina, lenguaje, trabajo en equipo y dinámica teatral.

El director mencionó en un par de ocasiones en el Ciclo que le habría gustado bailar: “Sólo lo hago cuando estoy de fiesta”, dice entre risas, sin embargo, ahora encuentra inspiración en bailarines gracias a la comprensión precisa que éstos tienen de sus cuerpos, de la autonomía, naturalidad y comunión que entablan con la cámara. Por ejemplo, uno de los protagonistas de la película Yo Soy la Felicidad de este Mundo, así como de cortometrajes como Nubes Flotantes y Muchachos en la azotea, es Alan Ramírez, bailarín integrante de la Compañía Nacional de Danza que no sólo ha cautivado la pantalla grande con su gracia, sino también los escenarios nacionales e internacionales.

La danza también ha sido registrada en sus trabajos documentales, con personajes como Cristhian Rodríguez, protagonista del cortometraje nominado a los premios Ariel en 2016 Muchacho en la barra se masturba con rabia y osadía, en el que el bailarín es capturado como una inquieta figura contra el cielo, así como en sus encuentros íntimos como sexoservidor en una mezcla equilibrada entre documental y ficción.

Su búsqueda por el amor no calca la realidad, sino que imagina un mundo nuevo con trampas y laberintos, deseos y sentimientos

A pesar de que ha trabajado con artistas de todas escuelas y procedencias, probablemente uno de los personajes que más resaltan en su filmografía es la primera bailarina Gloria Contreras, a quien registró para la serie documental Premio Nacional de Ciencias y Artes, producida por Arturo Ripstein para Canal 22, en la que diversos cineastas se acercaron a personajes influyentes en la sociedad mexicana. De Contreras, Hernández admite haber aprendido mucho, particularmente acerca de su trato con actores, de quienes exigía el corazón para cada interpretación, el cual era nutrido con comprometida responsabilidad.

Con una obra libre y abierta, Julián Hernández continúa expandiendo sus propios horizontes estéticos y narrativos. Su búsqueda por el amor no calca la realidad, sino que imagina un mundo nuevo con trampas y laberintos, deseos y sentimientos; a través del cuerpo y la existencia humana ¿Será su búsqueda del amor un eterno horizonte? ¿Será su inexorable batalla? ¿Será un amor puro en la culminación del éxtasis sexual o divino? Julián Hernández precisa seguirlo explorando.

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Fuentes:

[1] Fromm, Erich, El arte de amar (1998), México: Paidós, 1998, p. 20.

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