“La cinta Blanca” de Michael Haneke (2009)
Por Antonio Harfuch Álvarez
Recuerdo que en mi colegio viví el rechazo del grupo hegemónico por cierto desinterés hacia las aspiraciones y motivaciones comunes heteronormadas. En mi caso particular, la reclusión que, tenía como telón de fondo, una educación católica de ultra derecha, de extrema obediencia y disciplina, fue la forma de protección que encontré para que esta actitud no se convirtiera en un foco de violencia, como sucedía con otros compañerxs que encaraban la situación valientemente.
Esto no significaba que todas esas horas fueran vividas continuamente en estos escenarios, pues al día de hoy mis amigos más cercanos fueron los que conocí en esa época. En el transcurso de los años, aprendimos no sólo a resistir las exigencias académicas y de “buen comportamiento”, sino a entender las reglas no dichas de un ambiente inhóspito (como la Ley del más fuerte) susceptible todo el tiempo al acoso y a la violencia escolar.
El reciente asesinato de la alumna Norma Lizbeth, de catorce años, perpetrado por una de sus propias compañeras y videograbado por los demás compañeros afuera de su escuela secundaria, pone los reflectores en la situación de violencia generalizada en todos los sectores de la sociedad mexicana. Alimenta el llamado a la violencia y la reproduce como un legado visual inmediato de los tiempos de hoy.
El Presidente AMLO podrá decir que en México ya no hay corrupción, o que México es más seguro que Estados Unidos. Pero lo que no podría poner a discusión son las imágenes que comprueban los hechos de violencia.
Los actos de violencia siguen aumentando, a plena luz del día o en la noche, como lo ocurrido con el atentado al periodista Ciro Gómez Leyva, que en algún momento, el atentado, fue puesto en tela de juicio por el propio mandatario mexicano como un “autoatentado”.
Las noticias sobre la tragedia anunciada de Norma Lizbeth hacen pensar irremediablemente en el descuido y consecuencias inminentes, de la falta de esfuerzos y atención en la educación de prevención, inclusión y de la no violencia.
La Secretaría de Cultura (por no decir ya la de Educación) debería tener que responder a las preguntas que surgen con esta crisis, pero su agenda continúa respaldando la llamada Nueva escuela mexicana del oficialismo obradorista, convirtiéndola en confrontamiento abierto entre lo público y lo privado, a través de las declaraciones públicas de sus funcionarios.
El asesinato de Norma Lizbeth no es algo aislado. El acoso o el bullying que experimentaba a diario en estas horas tortuosas en esta escuela secundaria en Teotihuacán (EDOMEX), ya eran prácticas que eran del conocimiento de los maestros y de la familia de la víctima, quien harta un día, les dijo que iba a tener un enfrentamiento con su compañera. La víctima, describen los artículos, contaba con complexión delgada y usaba gafas, características que la hacían ser “molestable”.
Preocupan las huellas que este caso va a dejar en esta municipalidad. ¿Qué protocolo psicológico hay para atender el trauma y el duelo generados por la violencia? ¿Qué sucederá con los testigos que no sólo grabaron los eventos sino que promovieron este encuentro como si se tratara de una pelea de box? ¿Qué responsabilidad tienen los maestros a cargo de su educación? ¿Qué hay del involucramiento de los padres de familia? ¿Qué seguridad hay en las escuelas públicas de México? ¿Qué será de esta generación en 10 años?
Lo sucedido en esta escuela no es sólo muestra de la violencia ya normalizada en las infancias y adolescencias, sino que es resultado de la falta de atención y de la implementación de prácticas de atención a menores, como tutorías, en un país que sigue encabezando la lista con las ciudades más violentas del mundo.
Es bien dicho que las infancias pueden tender hacia cierta crueldad, pero también a tener una apertura mental y emocional, que si no se encauza hacia los valores de tolerancia, comunicación y respeto, seguirían siendo vulnerables de los mensajes constantes de violencia que cada vez más conquistan el comportamiento social cotidiano.
La película La cinta blanca (Michael Haneke) es una referencia cinematográfica a analizar sobre cómo la intolerancia social alentada o desantendida por las familias y por ende, por los gobiernos, se cuela en el inconsciente de las nuevas generaciones con permanencia de un ciclo irreversible.