Para alcanzar nuestra independencia

Para alcanzar nuestra independencia post thumbnail image

Antonio Harfuch reflexiona sobre la independencia de los festivales de cine

Por Antonio Harfuch Álvarez

La primera vez que tuve la oportunidad de hacer la curaduría del Programa de diversidad sexual, hoy Cuórum Morelia A.C., fue en 2016. En esa ocasión no alcanzaba a dimensionar las implicaciones de llevar a la Ciudad de Morelia, un programa de cortometrajes que alentara al potencial de públicos de entonces para ver de forma pública, una propuesta mexicana audiovisual LGBTQ* en forma de cortometraje (ficción o documental), dentro de un gran festival destacado por una oferta cinematográfica de reconocimiento internacional.

Los morelianos pueden presumir de tener los mejores festivales culturales y gastronómicos pero también por la innegable hospitalidad que tienen con sus visitantes y por el orgullo que sienten por su ciudad, que hoy día, es un centro indispensable para el desarrollo cultural de México.

Hay que resaltar también que los cambios constantes en la agenda cultural y política han impedido un crecimiento sostenido necesario para la consolidación de estos mismos festivales de los que Cuórum es parte. Y es que en lugar de eso, cada sexenio, el sector cultural parece que es el ámbito más azotado, no sólo por la pérdida de recursos sino por la falta de atención.

Los festivales, en su mayoría organizados por Organizaciones de la Sociedad Civil (OSC), recurrimos a fondos nacionales e internacionales para realizar las actividades que comprenden presentaciones artísticas, clases magistrales, conferencias de prensa, “cine debates”, premiaciones, etc.

Las OSC de México, buscamos constantemente y de manera independiente, la manera de fortalecer la actividad cultural con festivales que dignifiquen y promuevan, en este caso, la producción audiovisual. Pero enfrentando a la vez un panorama incierto como la inflación, las deudas, la desaparición de fondos, las pandemias, etc.

¿Pero qué hace que un festival se defina como independiente? ¿Qué hay de los festivales organizados por el gobierno o la iniciativa privada y qué es lo que nos podría diferenciar de ellos? Una de las posibles respuestas es la intención con la que las OSC realizamos estos certámenes; más que para entretener o validarnos como una empresa responsable, creemos insistentemente en la formación artística y de pensamiento crítico, en un país cada vez más descompuesto por la violencia generalizada.

El contraste de la independencia

La independencia de un festival cultural puede entenderse o definirse cuando una o más personas que, no siendo parte de la nómina de empresas públicas o de la iniciativa privada, deciden organizarse para apoyar en la divulgación cultural realizando actividades que van desde la apertura de convocatorias hasta la producción de eventos culturales.

Esta idea de independencia sería distinta, si los gobiernos o las empresas, con visión a largo plazo, decidieran organizar festivales o actividades culturales de carácter público, aprovechando no sólo su capacidad operativa, sino ejercitando el músculo que les permite hacer (o deshacer) alianzas indispensables para lograr objetivos de crecimiento y sostenibilidad.

En México, cada sexenio parece una trinchera de revanchas políticas con el ánimo de terminar todo lo que el anterior gobierno quiso construir, sea un gobierno con tendencias de izquierda o de derecha. Por otro lado, con el pretexto de la pandemia y de la inflación, la iniciativa privada ha demostrado su preferencia en defender sus propios intereses, antes que los del bien en común, comprobado en su ausencia de apoyo institucional a iniciativas culturales que en todo caso, ayudarían a que se perfilaran verdaderamente como empresas comprometidas con el desarrollo social. 

Para este otoño 2023, volveremos a intentar probarnos nuestra independencia a través de nuestra OSC, Cuórum Morelia A.C., llevando a cabo distintas actividades culturales durante el año, para promover y divulgar el cine disidente, incluyente y experimental para el fortalecimiento de públicos críticos y sensibles con la situación de desigualdad que se vive cada vez más en el país en todos los sentidos (económico, geográfico, de género, etc.)

Pero aunque esta sea nuestra octava edición, nos enfrentamos ante lo que es el clima más desesperanzador para realizar un festival de cine independiente. No sólo por la falta de recursos sino también por los retrocesos a nivel global que contagian a nuestros país; que hacen que se vea a la “cultura” como un enemigo y no como un contrapeso capaz de incidir en los cambios que deben hacerse para una sociedad más justa e igualitaria. Nos enfrentamos con un clima hostil, donde la cultura parece ser privilegio y no agente de cambio. Con la falta de poder político y económico pero, al mismo tiempo, con la perseverancia que siguen demostrando las y los cineastas de ver en las artes visuales y en el cine, herramientas discursivas potentes y sensibilizadoras.

Hace apenas unos cuantos meses que concluimos nuestra séptima edición enfrentándonos a estas circunstancias pero con la tenacidad en seguir creyendo que el arte tiene que ser compartido públicamente para discutirse y celebrarse. Porque es un antídoto efectivo en tiempos de desesperanza, un vínculo social que nos resucita del egoísmo, nos provoca empatía y nos da una visión colectiva de las distintas realidades que se viven en estos tiempos.

¿Cómo redefinir hoy un festival artístico más allá del glamour o la alfombra roja? ¿Cómo hacer resistencia a lo que implica el favor político o lo que nos hace ser exitosos?

En nuestro instinto debe imperar esta independencia como característica inalienable, sea cual sea nuestro número de películas, de invitadxs o de asistentes y a través de la independencia de un cine realizado con grandes expectativas de verse y escucharse, de encontrar un lugar en un país plural, extenso y de contrastes. Con la independencia de avanzar no importando las malas noticias, las puertas cerradas o incluso la censura. Defender el valor de la independencia en hacer las cosas entre independientes, intercambiando ideas, esfuerzos y propuestas propias de esta naturaleza.

La independencia no debe aspirar a cambiarse. Se consigue y se defiende a través del tiempo; a través del esfuerzo y de la constancia.

Los festivales

En mi trayectoria como gestor cultural y, como público de festivales nacionales e internacionales, puedo alcanzar a vislumbrar cierta aspiración, comprensible, de festivales de nuestro país por seguir el modelo europeo. Pero la vara es alta y signo de que en México aún nos cuesta entender eso de que “la cultura nos salva”. Y aún cuando en el subcontinente latinoamericano sí hay festivales Triple A, avalados por una federación que obliga a tener cierto número de estrenos internacionales, en el caso mexicano seguimos tambaleando por hacer festivales que, más allá de preocuparse por tener el presupuesto para realizarse o no, tengan claro el para qué de su realización.

Los medios de comunicación, la prensa y, ahora también las redes sociales, se han vuelto grandes aliados para ayudar a la consolidación de los festivales. Pero aún hay mucho trabajo qué hacer, que no sea sólo la nota que dan las celebridades que confirman su asistencia a un festival.

En México hay mucha producción. ¿Toda merece estar programada en los que son considerados los mejores festivales? ¿Qué se hace con la producción que no sale a la luz? Los festivales debemos ser diferenciadores y captar a la producción no vista y crear realmente foros para su discusión y visibilidad; curar programas que permitan que esta producción encuentre su espacio de difusión y potenciar públicos que crezcan en estas discusiones y en el porvenir cinematográfico que no sea encabezado sólo por la tripleta de Cuarón – Iñárritu – Del Toro.

Pero también en involucrar a quienes juegan en la producción audiovisual y desean ser parte del audiovisual.

Es cierto que hay que buscar la calidad pero también es prudente hoy, insisto, en entender la razón de ser de cada festival que existe. No pueden ser seleccionados todos los trabajos inscritos a la convocatoria de un festival, pero sí debería tejerse una red verdaderamente vinculante para que cada producción pueda encontrarse con su público.

Decir que México tiene una gran producción pero no tener mecanismos para exhibirla, ya sea en salas comerciales (que ayuden a construir a un público para cine mexicano) o en circuitos del sector cultural o independientes, es apoyar la noción que la producción nacional no necesita verse. Pero también es no creer en que el cine, además de hacerse en comunidad, hace de los públicos en potencia, comunidades con disposición a verse reflejadas o representadas en el cine. Es dejar de exigir mayor apertura y calidad en nuestra cinematografía.

El cine mexicano en particular, puede presumir de tener obra que va a tono con los tiempos. Pero no es el país lo que hace al cine, sino al revés, el cine hace a los países, y si bien es cierto que es importante reconocerlo localmente, también lo tiene que ser en una era de vinculación internacional irrefutable.

¿Cómo podemos seguirlo poniendo al alcance local e internacionalmente?

En México no sólo faltan más festivales, que desde su fundación tengan modelos claros de sostenibilidad y autogestión, sino más distribuidoras independientes que ayuden a colocar a las producciones luego de la ventana de los festivales a donde idealmente acudirían empresas distribuidoras.

No podemos pensar que sólo apoyando a la producción cine mexicano en México vamos a salir adelante con el cine. Es necesario buscar los mecanismos de diálogo para aprender de la experiencia internacional y encontrar vasos comunicantes; por los avances conquistados que lleguen a asegurar que parte de nuestro cine (mexicano) logre la distribución internacional y pueda hacer “taquilla” para seguirse produciendo.

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.